4.
Terapia
de familia
Érase una vez en un pequeño pueblo, una familia que vivía en una acogedora casa de ladrillos rojos. A primera vista, parecía una familia feliz, pero en su interior había sentimientos guardados: discusiones entre hermanos, desencuentros entre padres e hijos y un silencio que a veces se sentía más pesado que las palabras. ¿Hay algo que te resulta familiar?
Un día, decidieron visitar a Lucía. Desde el primer instante en que entraron a su consulta, se sintieron como en casa. Las paredes estaban decoradas con colores suaves y las estanterías estaban llenas de libros que hablaban de emociones, pensamientos y vínculos.
Lucía les recibió con una sonrisa sincera y les invitó a sentarse en un círculo, donde cada uno podía verse. Les explicó que en su espacio podían ser ellos mismos, sin juicios ni presiones.
“Imaginemos que nuestras emociones son como un río”, dijo Lucía. “A veces, se desbordan y causan inundaciones, y otras veces, fluyen con calma y serenidad. Aquí, vamos a aprender a navegar ese río juntos”.
A medida que las sesiones avanzaban, cada miembro de la familia comenzaba a compartir sus sentimientos. Los hermanos hablaban de sus miedos y sueños, los padres compartían sus preocupaciones y esperanzas. Lucía era como una brújula en este viaje, ayudándoles a orientarse en sus emociones y a descubrir formas de comunicarse con sinceridad y cariño.
Al final de su viaje, la familia dejó la consulta de Lucía. Habían aprendido a escuchar y a ver el mundo desde la perspectiva del otro. Decidieron que, aunque la vida presentaría retos, siempre podrían volver a ese río que aprendieron a navegar juntos.